Semana 12: Final del Taller de Narrativa

12 son las semanas que hemos estado desenseñando a desaprender cómo se describen las cosas... La esponja de palabras está hasta arriba pero ¡aún tiene capacidad de absorber vuestros últimos relatos!.

Y no olvidarse jamás que NUNCA TE ACOSTARÁS SIN SABER UNA COSA MÁS.

UNO ENTRE DOS

Era de noche, hacía frío y no pasaba nada. Ningún ruido, el silencio lo inundaba todo. Ningún movimiento, reinaba la calma, no había viento que meciera las hojas secas que aún restaban colgando de aquellos árboles, eternamente inmóviles, pues hacía tiempo que habían muerto.
Y allí estaba él, como tantas otras veces. Una de aquellas personas que ya se ve de lejos que no presagian nada bueno, que esconden algo, que siempre están tramando algo, a la espera para saltar cual fiera salvaje encima su presa. Su rostro entristecido pero a la vez irreductible. Era un chaval curioso, fascinante y con una chispa de maldad creciente.

Esa misma mañana sus compañeros le acorralaron en el recreo. Abusaron de él y le robaron el desayuno, aunque todo esto no es comparable con la escena que encontró en su casa. Su padre había vuelto a beber, su madre estaba llorando en el suelo, sangraba por el labio. David tenía 14 años, pero en su mirada no quedaba rastro alguno de niñez. Estaba cansado y se sentía viejo, por eso recurría a mí, yo soy más fuerte, tomo las riendas de vez en cuando y cumplo con lo que de verdad anhela.

David se sentía seguro en aquél cementerio, sentía una extraña fascinación con la muerte. Más de una vez se planteó profanar una de aquellas tumbas, pero le convencí para que no hiciera, es mejor dejar descansar a los muertos. A parte de ir a la escuela, David mataba el tiempo dedicándose a pudrirse y a fumar. Su vida se iba consumiendo rápidamente a volutas del humo y envuelto en cenizas, igual que el cigarro que sostenía entre los dedos. Yo eso ya lo sabía, tenía los días contados pero decidí unirme a él y hacer lo que su debilidad le impedía cumplir.

David y yo nos conocimos no hace mucho tiempo, su padre le pegó una brutal paliza por volcarle una copa de whisky sin querer. En aquel momento, David me necesitaba, me buscó y finalmente me encontró. Algunas veces quiere prescindir de mí pero yo siempre acabo volviendo. David decidió levantarse y andar, tenía las piernas entumecidas y le dolía el estómago, todavía no había comido nada y pensó que tampoco le apetecía.

Se perdió por las angostas calles de la ciudad pasando por rincones lúgubres donde la decadencia humana se hacía patente. Encontró a un mendigo y se lo quedó mirando, su aspecto era lamentable y olía peor que el contenedor donde se apoyaba. Mientras veía como el mendigo le daba su último trago a la botella de vino le embargaron oscuros pensamientos. Yo le insté a hacerlo, David no es una persona con suficiente aplomo y eso me obliga a veces a entrometerme como en este preciso momento. Decidimos que mataríamos a su padre.

Mientras golpeaba al mendigo con un tubo de hierro, David se dio cuenta de que era realmente sencillo dar muerte a alguien. Se arrodilló para verle la cara al mendigo, sin duda ya estaba muerto.

Llegó a casa a medianoche, tuvimos una pequeña discusión, David no quería cumplir con lo que habíamos acordado y eso me enfurecía y aumentaba su miedo. Al final lo conseguí, cogió el cuchillo jamonero de la cocina. Su padre yacía en su butacón dormido, se acercó y le asestó varias puñaladas hasta que se le cansó el brazo.

Amaneció con las sirenas de la policía resonando por la casa. David por primera vez tomó la iniciativa, no me hacía caso.

Cogió el revólver de su padre y disparó tres veces al aire por la ventana. Bajó a la puerta del recibidor, se encendió su último cigarro, su madre yacía muerta al otro lado de la puerta pero no consiguió recordar como la mató. Dio una última calada y abrió la puerta de par en par. Recibió la muerte, más bien dicho, recibimos la muerta con una decena de tiros y sacando humo. David me creó, así que mi historia acaba con él. Lo último que le pasó por la cabeza era que ahora que se sentía vivo y se había librado de mí, iba a morir.

Albert Díez

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