Semana 12: Final del Taller de Narrativa

12 son las semanas que hemos estado desenseñando a desaprender cómo se describen las cosas... La esponja de palabras está hasta arriba pero ¡aún tiene capacidad de absorber vuestros últimos relatos!.

Y no olvidarse jamás que NUNCA TE ACOSTARÁS SIN SABER UNA COSA MÁS.

Yo lo miraba

Yo la miraba, pero ella no me veía. Yo la acechaba, pero ella no me veía. Hiciera lo que hiciera no conseguía que ella me viera. Si consiguiera que por un momento, solo por un momento me mirara….

Pero nunca me miraba. Siempre estaba rodeada de gente, rebosante de alegría. Su rostro era tan perfecto que no podía ser alcanzable para los humanos. Sin embargo ellos podían. Todas las personas a las que yo odiaba estaban a su alrededor. Quizás el problema era que yo odiaba a todo el que se le acercara, porque no era yo. Nunca era yo. ¿A caso tenía algún problema conmigo? Si hablara una vez conmigo estoy seguro de que le caería bien. Es más, seguro que le gustaría. Todo lo que tenía que hacer ese día era conseguir que me hablara. Bueno, ese día y todos desde que la conocí. Llevaba cuatro años intentando conocerla de cualquier manera. Un día había estado tratando de hablar con Lilian cuando, en lugar de esperarla en la puerta de forma interesante, resbalé y caí por las escaleras. Me pase dos semanas en el hospital con muchísimas complicaciones durante dos semanas, y ella… ni siquiera la había visto.

Cuando me di cuenta de que tras tal accidente ella no se había preocupado en absoluto por mi, me sentí mucho más aislado que nunca. Mi vida se convirtió en la rutina más grande del mundo. Nadie se fijaba en mí. Mis padres cambiaron sus horarios sin avisarme, no cruzaron palabra conmigo, caminaban taciturnos…

No tenía ni idea de qué pasaba a mi alrededor, pero tampoco me importaba. Ella se seguía comportando igual que antes, pero ahora cada uno de sus gestos, ya no parecían misteriosos, sino que ahora se mostraban desganados. Como yo había perdido mis esperanzas en cualquier tipo de contacto sentimental físico e incluso visual. De hecho, empecé a detectar que si alguien hablaba de mí, ella nunca estaba cerca. Malditos niñatos. Ellos eran los que habían destruido mi vida. Podría haber dicho que se arrepentirían, pero, ¿de qué serviría?

Tras tres meses de vivir mi nueva versión de pesadilla decidí que ya era el final, que ya no servía de nada seguir vivo, por lo que en un acto que yo consideraba de cobardía y aburrimiento, me dirigí hacia un precipicio cercano a mi parque preferido y salté, salté sin dudar. El suelo se acercaba a mí. Y llegó. Llego junto con mi dulce muerte.

O así debería haber sido, pero nada pasó. Me levanté lleno de polvo, pero nada había cambiado. No era como en una película. No veía mi cuerpo en el suelo frente a mi, simplemente no había muerto al saltar. Decidí morir en un sitio concurrido ya que por lo que acababa de vivir no merecía morir en paz yo solo. Me dirigí a mi clase y allí, delante de ella, me dejé caer sobre la punta del taladro de tecnología. Lo último que pensé fue que ella ni siquiera me estaba mirando. Ni siquiera entonces. Y después, solo sentí dolor. Dolor por no conseguir lo que quería. Dolor por averiguar la verdad.

Lo cierto es que tras caer sobre el taladro y no morir, todo encajó. No morí porque ya estaba muerto. Morí en el hospital. Mis padres no me ignoraban, es que estaba muerto.
Ella no me ignoraba más que nunca, simplemente yo no estaba.
Mis compañeros de clase no hablaban de mi delante de ella, pero no para que ella no se fijara en mi, sino porque ella ya se había fijado en mi.

PERO YO ESTABA MUERTO
David

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