Semana 12: Final del Taller de Narrativa

12 son las semanas que hemos estado desenseñando a desaprender cómo se describen las cosas... La esponja de palabras está hasta arriba pero ¡aún tiene capacidad de absorber vuestros últimos relatos!.

Y no olvidarse jamás que NUNCA TE ACOSTARÁS SIN SABER UNA COSA MÁS.

El Guardián

Sentía como el aire acariciaba su melena, una corriente fría que arrastraba el tiempo. El mismo aire que recorría indefinidamente rumbo al horizonte, desde siempre. Pensaba en el transcurso de su vida, modesta y desapercibida. Durante toda su existencia, se había sentido un espectador, le gustaba sentarse y observar lo que hacían los demás, luego disfrutaba rememorando escenas que le habían llamado la atención y las escribía. Ahora, a los 78 años, no se podía llegar a imaginar cuanto había escrito a lo largo de su vida.

Se ganó el pan escribiendo, era lo único que sabía hacer, pero a nadie le gustaba. Como solución, escribió una gran novela muy comercial, a la que todo el mundo le gustaría, el éxito fue tal, que le proporcionó la suficiente suma de dinero como para llevar una modesta vida a la sombra de los demás. La escritura, le condujo también a estudiar historia, leyó a los grandes historiadores, aprendió como el que más. Creía que la lectura, la escritura y la historia les unía un estrecho ligamento. El mejor secreto mejor guardado residía en esa relación de elementos, el la descubrió.

Viejas leyendas hablan sobre una historia ocurrida hace ya mucho tiempo. Sucedió cuando Roma aún estaba gobernada por reyes, siglos antes de cristo. Una vieja anciana, se presentó ante el rey con nueve libros debajo el brazo. Cuando se los ofreció a cierto precio, el rey se le rió en la cara por lo exorbitante de la suma. Ella, sin regatear, dio media vuelta y marchó sin decir palabra. Quemó tres de los nueve libros. Al día siguiente, se presentó de nuevo, esta vez con los seis libros restantes, se los ofreció al mismo precio que el día anterior. El rey, aunque con menos seguridad, rechazó la oferta. No tenía ni idea de quien era esa anciana pero las dudas empezaron a hurgar en su interior. Al día siguiente, la anciana hechicera volvió a aparecer, solo llevaba 3 libros consigo, los otros habían sido quemados por ella. Cuando se los ofreció de nuevo al rey con la misma oferta, éste, aceptó sin pensárselo. La anciana aceptó el dinero y desapareció, al parecer hasta día de hoy. ¿Quién podía ser esa mujer? Nunca lo sabrían, pero esos volúmenes contenían profecías que ayudaron a los romanos a mantener su imperio durante siglos. En situaciones difíciles, algunos romanos extremadamente bien elegidos consultaban esos volúmenes para saber que opción debían tomar.

Fue a partir de esta historia, que intentó descubrir quién fue aquella anciana, quién escribió las profecías, porqué las quemó, y sobretodo, cómo conocía lo que iba a suceder. No es ningún secreto decir que la historia, tarde o temprano, siempre se repite. Los grandes imperios, por enormes y poderosos que sean acaban cayendo como han hecho siempre, muchos historiadores lo afirman, la historia tiende a repetirse. Ahora mismo podríamos encontrar bastantes y claros ejemplos de semejanzas entre el quehacer de los romanos y nosotros mismos.

Tras cavilar y darle vueltas, tras estudiar la historia del mundo, llegó a fuertes conclusiones. Se vivían tiempos agitados en esos momentos, la sociedad actual se había corrompido en su propia decadencia, violencia en las calles, estados democráticos sumidos en la más absoluta anarquía. Imperios financieros arruinados, el primer mundo empezaba a asemejarse al tercero. Las altas tecnologías habían causado millones de muertes y se volvía al cuerpo a cuerpo. Japón, la mayor potencia mundial dominaba el mundo.

Y él, sintiendo como el aire frío acariciaba su melena se dirigía con paso firme hacia su destino. La única solución residía en los libros, almacenes de conocimiento, de otros tiempos, de lo acontecido, de la imaginación, de los sueños y las esperanzas que aun restaban en los corazones sin corromper de la sociedad. Había un hombre que aún podía cambiarlo todo, el lo sabía. Sus miradas se cruzaron, y con el peso de nueve libros bajo el brazo se dirigió hacia él.

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