Semana 12: Final del Taller de Narrativa

12 son las semanas que hemos estado desenseñando a desaprender cómo se describen las cosas... La esponja de palabras está hasta arriba pero ¡aún tiene capacidad de absorber vuestros últimos relatos!.

Y no olvidarse jamás que NUNCA TE ACOSTARÁS SIN SABER UNA COSA MÁS.

¿Qué HABIA SUCEDIDO?

Era un dia nublado, Carolina estaba en casa viendo la tele mientras chateaba al ordenador, pero de repente se dio cuenta de una cosa, todo era muy aburrido, no había nadie conectado – ¡en un dia de lluvia! – así que decidió salir a la calle, aunque sea para mojarse un rato. Cuando salió a la calle no había nadie (ni tan solo esa persona que siempre llega tarde a algún sitio y le toca mojarse). Decidió dar una vuelta a la manzana para desconectar un poco, y si acaso, ver a su vecina Lidia pero continuó sin ver a nadie… ¿Qué habría

pasado?¿Dónde estaba todo el mundo? Decidió dejar lo que hacía en el ordenador y buscar a sus amigos, cogió la bici y fue hacia el pueblo. Una vez allí tampoco vio a nadie, ¡era todo tan extraño! Dio vueltas y vueltas por el pueblo pero seguía sin ver a nadie, fue a buscar a su amiga Noelia, para ver si estaba en casa y que bajara un rato a dar una vuelta, pero nadie cogió el telefonillo, fue a por Tania, pero tampoco contestaban. Harta de dar vueltas y no encontrar a nadie decidió volver a casa, pero ni si quiera estaban sus padres, todo el mundo había desaparecido y solo estaba ella. Subió a su cuarto para ver si las noticias iban, la tele funcionaba, pero en el telediario estaban las sillas bacías de los presentadores, solo se podía ver los dibujos animados pero sin sentido porque no había nadie que lo controlara, ¿eso quería decir que no solo pasaba en su pueblo?¿También pasaba en toda España?¿En todo el mundo? Era el martes, 13 de octubre de 2009 a las 19:22h todo el mundo desapareció al mismo momento, pero solo se quedó Carolina. Se hicieron las nueve de la noche y Carolina seguía sola en el mundo. Decidió irse a dormir, pero al dia siguiente no despertó.
Luz Llorens

Sabes que no vale eso

- Sergio, sabes que no vale eso . – dijo el amigo de Max – es imposible que cueste tanto dinero.
- Te estoy diciendo lo que se – respondió el otro – creerlo o no es problema tuyo.

Hacía ya un buen rato que los dos amigos estaban discutiendo por el precio de la nueva bicicleta que habían visto en un taller al que fueron el día anterior a arreglar el monopatín de Max , al cual se le había agrietado una rueda e iba a reponerla por una nueva . Fue entonces cuando Max vio la reluciente bicicleta de la tienda, y se fijó en su precio : 160 euros , mientras que Sergio alegaba que costaba 40 euros más .

- ¿Y por qué no vamos a mirar? - dijo Sergio.
- De acuerdo, como quieras , pero no hace falta , ya te digo que son 160 euros .

Los dos niños sabían que estaban discutiendo por una tontería , pero no tenían nada que hacer , así que decidieron ir .

Cuando llegaron al taller en el que el día anterior habían ido, se lo encontraron cerrado .

- ¿Lo ves? Una pérdida de tiempo – repitió Max.
- Pero hay una puerta abierta, tal vez aún no hayan cerrado
- . Vamos a mirar.

Tan pronto como los niños se introdujeron en el taller por la puerta trasera, se percataron de que allí había de todo, repuestos de piezas , cámaras de ruedas , bocinas … Todo, menos un dependiente que le diera la razón a uno de los dos . Ni falta que hacía. Allí, en el mismo sitio que el día anterior, estaba la reluciente bicicleta . Su precio: 200 euros .

- ¿Ves ? cuesta 200 – sentenció Sergio – Vámonos , que se hace tarde .
- Pues yo habría jurado que costaba menos .
Incrédulo , Max miró el cartel donde estaba escrito el precio de la bicicleta : Y ponía 160 euros .
- No soy tan tonto como para tragármelo – dijo indignado – cuesta 160 .
- Imposible .
- Y los dos volvieron a mirar el misterioso cartel , en el cuál ponía , como si se burlara de ellos , 200 euros .

- Vámonos – dijo Sergio – esto no me gusta .
Y esta vez Max no tuvo ninguna objeción .

Cuando salían del taller , a paso rápido , comentaban que debían mantener ese asunto con el mayor secretismo posible . No querían que , además de ellos mismos , también los demás pensaran que estaban locos .

“Redacción” (Quim Monzó) bajo narrador omnisciente

La esperada mañana del domingo amaneció espléndida mientras el dorado círculo solar ascendía exultante tras las montañas hacia la cúspide de un bello cielo inesperadamente brillante y azul. Marisa se levantó y abrió las ventanas de su dormitorio, aspirando la suave brisa portadora de los lejanos aromas del campo y sonriendo aliviada ante la dulce posibilidad que le brindaba el amanecer para dejar atrás aquella noche de insomnio e inquietantes pensamientos, sepultada para siempre en los lejanos e insondables abismos del recuerdo. Suspirando, se dispuso a afrontar el reto de encarar con normalidad fingida la insulsa realidad de su rutina cotidiana.

Minutos más tarde toda la familia, integrada por el joven matrimonio entre Marisa y Rafael y el primer fruto del mismo, el pequeño Carlos, disfrutaba de un apacible paseo bajo los cálidos rayos del ardiente sol de la mañana. Marisa caminaba ataviada con unos zapatos claros y un vestido beige cubierto por una rebeca de color blanco hueso, mientras que su marido vestía unos pantalones grisáceos con zapatos negros y un pulóver azul Raf bajo una camisa blanca abierta; junto a ellos, el alegre chiquillo lucía un jersey de cuello cerrado confeccionado en un tono azulado más claro que el pulóver de su padre semioculto por un conjunto marrón de pantalón y chaqueta, calzando en los pies unas pequeñas bambas rojas. A media mañana, tras complacerse en un agradable paseo, los tres decidieron acudir para desayunar a las Balmoral, donde Rafael pidió un suizo, Marisa una ensaimada rellena y el niño unos cruasanes. Tras finalizar el desayuno la familia recorrió tranquilamente el camino de vuelta a casa deteniéndose a contemplar las hermosas flores multicolores que decoraban un apacible parque con sus alegres colores: rojo, amarillo, blanco, rosa, azul…

– ¡Qué flores más bonitas! –exclamó Carlos.
– Las azules son teñidas –replicó su padre secamente.

Durante el camino Marisa se detuvo a contemplar los escaparates de los numerosos comercios de la avenida, pues el sol refulgía radiante desde el cielo y la mañana invitaba a disfrutarla olvidando el presuroso correr inexorable del tiempo y el insidioso quehacer de la rutina cotidiana.

– Date prisa –apremió Rafael, obteniendo a modo de contestación una fulminante mirada simbólica cargada de respuestas.

La familia se detuvo a descansar en una plaza cercana, sentándose en un banco verde frente a una anciana de cabellos canos y mejillas rojas que pasaba apaciblemente las horas alimentando con pan a las mansas palomas que acudían a su lado y despertó en el niño el recuerdo de su abuela. Acosado por el aburrimiento y ajeno al intenso juego de miradas punzantes que sus progenitores se complacían en intercambiar, el pequeño pidió a su padre que le dejase ver las imágenes del diario, ante lo cual Rafael prestó a su hijo medio periódico advirtiéndole que no lo estropease. Mientras regresaban a su vivienda, una entre las tantas que conformaban la zona residencial más hermosa de la ciudad, Marisa luchaba por contener la ira que trataba de liberarse en violentos arrebatos de tensión; hasta que finalmente, cuando los tres recorrían la amplia calle que separaba su hogar de una lujosa vivienda ajardinada, la joven no fue capaz de controlarse por más tiempo, increpando a su marido la irritante actitud que mostraba:

– Siempre estás leyendo el periódico –protestó enojada-. Lo lees en en casa, desayunando, comiendo, en la calle o en el bar, y ahora incluso cuando paseamos. ¡Ya estoy harta!

Rafael no respondió y continuó leyendo con indiferencia, por lo que Marisa le insultó ferozmente. Al cabo de unos instantes se sintió culpable y besó a su hijo acosada por los remordimientos.

– No le hagas caso –le dijo Rafael a Carlos cuando se hubo asegurado de que Marisa no podía oírles.

Al otro extremo del espacioso apartamento, Marisa trataba afanosamente de disponer a tiempo los preparativos para la degustación apacible de un delicioso almuerzo sin disgustos culinarios consistente en un primer plato de arroz caldoso que antecedería a un segundo compuesto por carne y pimientos fritos. Sabía que Carlos odiaba el arroz caldoso y no sonreiría ante el plato de carne que él consideraba demasiado cruda, tal y como no cesaba de reivindicar día tras día asegurando que prefería la que comía en el colegio, más sabrosa y bien quemadita, pero Marisa opinaba que debía acostumbrarse. “En el colegio no me gustan nunca los primeros platos” –pensó el niño a la vista del suculento almuerzo-. Y sin embargo, en casa siempre me dan vino con gaseosa. Ciertamente no sé qué prefiero más”.

El tiempo discurrió prestamente y la familia se disponía a recoger los restos resultantes del almuerzo cuando el timbre de la puerta principal desgranó repentinamente su melodía con insólita sonoridad: los tíos de Carlos acudían de visita, extraña circunstancia debido a la gran distancia que separaba su residencia de la ciudad; alegre por verles de nuevo, Marisa abrazó a su hermana y les invitó a pasar al espacioso salón, sugiriendo a los niños que saliesen a jugar al exterior.

Carlos y su primo Enrique se divirtieron juntos largo rato en el amplio jardín de la vivienda con sus juegos preferidos: madelmanes, futbolín, la pelota, el camión de bomberos, las guerras de astronautas… Enrique, enojado porque perdía, gritó a Carlos que era un mentiroso y hacía siempre trampas, por lo que el niño enfadado, pegó a su primo una bofetada que le hizo llorar muy fuerte atrayendo la atención de los mayores, que acudieron al jardín para averiguar lo sucedido: todos menos Rafael, que leía con indiferencia el periódico en un rincón.

– ¿Qué ha pasado? –preguntó Marisa.
– ¡Me ha pegado! –gritó Enrique furiosamente.

Marisa deseó rebelarse y apoyar a su hijo, pero la presión de las circunstancias la obligó a devolverle la bofetada en contra de su voluntad; el pequeño Carlos se sumó a los berridos de su primo y ambos niños fueron llevados por sus padres al salón, donde Rafael continuaba hojeando con estudiada indiferencia el diario dominical. Marisa, con los nervios crispados y una feroz tormenta de ira desatándose en su interior, volvió a increparle, y sus violentas palabras terminaron al borde del insulto. Su hermana respondió que no se preocupase en un vano intento de reconducir la situación, pero la tensión se palpaba en el desagradable ambiente del que ambos optaron por huir despidiéndose precipitadamente entre inverosímiles subterfugios que todos prefirieron fingir creer. Los niños, ajenos a la tensa línea de fuego que se cruzaba a su alrededor, se despidieron enemistados sacándose la lengua con la envidiable ingenuidad propia de los dulces años en que la tierna infancia aún no ha quedado atrás. A los pocos minutos, Rafael abandonó hastiado el periódico y encendió el televisor para seguir el desarrollo del decisivo partido de fútbol que se disputaba en la capital.

– Cambia de canal, por favor –pidió Marisa-. En el segundo ponen una película.
– No –respondió tajantemente su esposo-. Estoy viendo el partido. Ni hablar.

Marisa se mordió los labios, encerrándose en la cocina para rumiar llorando a solas sus negros pensamientos mientras el niño salía al jardín a jugar con la muñeca que había cuidadosamente enterrado junto a un árbol a escondidas de sus padres. Cuando se hubo aburrido, el pequeño Carlos regresó a la cocina, sorprendiéndose al encontrar a su madre en tal estado:

– No llores –le dijo desconcertado, marchándose al salón para ver junto a su padre los minutos que restaban de la primera parte del partido. Al cabo de unos instantes comenzaron los anuncios, que el chiquillo adoraba, pero cuando se reanudó el partido el pequeño perdió el interés y miró con cansancio a su padre. “Qué extraño –pensó-. Es como si tampoco viese el partido y tuviese la cabeza en otra parte”. Sin embargo, antes de que tuviese tiempo de preguntarse lo que estaba sucediendo Marisa avisó de que la cena estaba servida, por lo que ambos se vieron obligados a acudir al comedor familiar y asistir a una cena en la que el ambiente se congelaría cruelmente entre miradas cuyo significado no todos lograrían discernir y en la que el lacerante silencio sería esquivamente enmascarado con el vacío e insidioso parloteo de dibujos animados, noticias y películas antiguas desde el televisor. Al finalizar la cena los padres de Carlos le enviaron a la cama y Marisa, no siendo capaz por más tiempo de contener la tensión, estalló en recriminaciones e insultos contra Rafael: sabía que él ya no la quería y amaba a otra mujer, la estaba engañando y su matrimonio se había convertido en un insulso cascarón vacío que les arrastraba por la helada corriente de las mentiras y miradas esquivas que estaban destrozando la vida de ambos. Herido por la verdad, Rafael insultó a su esposa y le pegó una bofetada que ella devolvió con renovada fuerza, por lo que en un febril delirio de inconsciencia, el joven estrelló repetidamente a su esposa contra la pared, quien cayó inerte al suelo. Rafael contempló aterrado lo que había hecho: sabía que no podría escapar a la justicia y trató desesperadamente por todos los medios de ocultar las pruebas de lo sucedido enterrando el cuerpo de Marisa junto al árbol del jardín, pero comprendió que todos sus esfuerzos serían inútiles ante el minucioso escrutinio policial. Asomándose al marco de la puerta del dormitorio de su hijo, comprobó aliviado que el pequeño dormía, ignorando que tan sólo lo fingía y ciertamente había escuchado más de lo que su padre hubiese deseado imaginar. Al día siguiente recibieron la visita de los agentes policiales y ante la inocente declaración del pequeño todo hubo acabado para Rafael: la prisión y la ignominia eran al fin su único destino. Carlos se trasladó a vivir a casa de sus tíos, ignorando los horrores de aquel trascendental domingo hasta que la niñez le hubo abandonado para siempre y la lucidez de la edad adulta le permitió comprender lo sucedido.

Que hizo el domingo

Que hizo el domingo.- El domingo fue un día soleado y Daniel fue a pasear con sus padres. Su madre llevaba un vestido beige con una rebeca de color blanco hueso, y su padre un pulóver azul Raf, unos pantalones grises y una camisa blanca, abierta. Daniel llevaba un jersey de cuello cerrado, azul como el pulóver de su padre pero más claro, y una chaqueta marrón y unas bambas rojas. Su madre llevaba unos zapatos claros y su padre unos negros.

Fueron a pasear por la mañana y desayunaron en las Balmoral. Pidieron un suizo y una ensaimada rellena, y Daniel cruasanes. Luego fueron a ver las flores, y las había rojas, amarillas, blancas y rosas, e incluso azules, que su padre dijo que eran teñidas, y plantes verdes y violetas, pájaros grandes y pequeños, y su padre compró el periódico en un quiosco. También fueron a mirar escaparates, y, una vez que llevaban mucho rato delante de un escaparate con jerséis, su padre le dijo a su madre que se diese prisa. Y luego, en una plaza, se sentaron en un banco verde. Había una señora mayor con pelo blanco y las mejillas muy rojas, como tomates, que daba pan a las palomas, y a Daniel le recordaba a su abuela. Su padre leía el periódico continuamente y Daniel le pidió que le dejase mirar los dibujos, le dejó medio periódico y le dijo que no lo estropease.

Luego, cuando ya subían a casa, su madre, cómo su padre estaba todo el rato leyendo el periódico, le dijo que siempre lo estaba leyendo y que ya estaba harta: que lo leía en casa, desayunando, comiendo, en la calle, caminando, en el bar o cuando paseaban. Su padre no dijo nada y continuó leyendo, su madre le insultó pero se arrepintió al instante le dio un beso a Daniel. Mientras su madre estaba en la cocina preparando el arroz, su padre le dijo que no le hiciera caso.

Comieron arroz caldoso, que a Daniel no le gusta, y carne con pimientos fritos, que le gustan mucho, pero la carne no que está cruda, prefiere la del colegio que está más hecha. A Daniel no le gustan los primeros platos del colegio. En cambio, en su casa le dan vino con gaseosa.

Por la tarde vinieron sus tíos con su primo. Se pusieron a hablar en la sala, con sus padres a tomar café, y su primo y ella fueron a jugar al jardín, a futbolín, a la pelota, a guerra de astronautas. Su primó se mosqueó porque no sabe perder, y perdió, así que Daniel tuvo que soltarle un guantazo. Su primo se echó a llorar fuertemente hasta que vinieron sus padres y sus tíos. Su madre pregunto que había pasado, y antes de que Daniel tuviera tiempo de contestar, su primo les contó que ella le había pegado, así que su madre le soltó una bofetada que hizo llorar a su hija.

Volvieron a la sala. Su padre seguía leyendo el diario y fumándose un puro que le había traído su tío. Su madre riñó a su padre porque él estaba muy tranquilo leyendo el periódico y los niños matándose en el jardín. Su tía dijo que no pasaba nada pero no convenció a su madre, quién respondió que estaba harta, que siempre lo mismo.
Mas tarde, los tíos de Daniel se fueron, y mientras lo hacían su primo le sacó la lengua y ella contestó de igual manera. Su padre se puso a ver el fútbol, y su madre le pidió que cambiara de canal que hacían una telenovela, pero éste se negó. Daniel se fue al jardín, a ver la muñeca que tiene enterrada al lado del árbol. La sacó de allí y la riñó por no lavarse las manos para comer, luego la volvió a enterrar y se fue a la cocina donde encontró a su madre llorando.

Daniel se dirigió hacia el sofá con su padre y vio el partido durante un rato, pero se aburría y optó por fijarse en su padre que estaba en las nubes. Pusieron anuncios, y luego la segunda parte. Después cenaron y pusieron una película de dibujos animados, las noticias y otra película antigua. En ese momento mandaron a Daniel a la cama porque se había hecho tarde.

Desde la cama, Daniel oía los gritos de sus padres discutiéndose, así que decidió acercarse para oír mejor lo que decían, pero hizo ruido al tropezarse y tuvo que volver a su habitación. Apagaron el televisor, cosa que ayudó a entender mejor lo que decían. Su padre le pedía a su madre que no le molestase, que no tenía ambiciones y la insultaba. Su madre reprochaba insultándole también, repitiendo una vez tras otra el nombre de una mujer y pidiéndole que se fuera de casa. Luego se rompió un objeto de cristal, los chillidos iban en aumento y luego silencio… Daniel escuchó como se cerraba la puerta del jardín y miró por la ventana: Su padre cavaba dónde él tenía guardada la muñeca. Al rato dejaron de cavar y su padre subió a su habitación a comprobar si estaba Daniel.

Al día siguiente, su padre le dijo que su madre se había ido, más tarde vino la policía a interrogar a Daniel, no sabía que responder y se echó a llorar. Lo mandaron a vivir a casa de sus tíos, donde su primo le pegaba, pero eso no fue el domingo.

Algo Había sucedido

El tren solo había recorrido unos pocos Kilómetros, y la estación de destino aun se encontraba a diez largas horas de viaje. Marcos miró por la ventanilla, no esperaba encontrarse nada que le llamara la atención, simplemente el paisaje cambiante, pero sus ojos se toparon con una muchacha, ésta estaba apoyada en la barrera para observar el paso del tren. Para personas como ella el ferrocarril era toda una novedad y además ese espectáculo era gratuito lo que hacía más fácil poder contemplarlo.
Cuando el tren paso por el lugar en el que la muchacha esperaba encontrarse con él, no lo miró si no que se dio la vuelta para atender a un hombre que llegaba corriendo, Marcos no había reparado en él hasta ese momento. El hombre estaba nervioso y empezó a gritar a la chica una serie de palabras que Marcos no pudo escuchar por el cristal de la ventanilla que lo separaba del exterior. En un momento la escena se quedó atrás, Marcos se preguntó por qué el hombre la habría gritado a esa muchacha, pero claro, no encontró respuesta a dicha pregunta. Empezó a adormecerse gracias el suave pero constante tamborileo del tren, y cuando estaba a punto de cerrar los ojos, se fijó en otra persona, esta vez se trataba de un campesino. Estaba parado en un pequeño muro y gritaba cosas que, de nuevo, Marcos tampoco pudo oír, también esta escena pasó volando, pero a Marcos le dio tiempo a ver un grupo poco numeroso de personas que corría hacia el lugar en el que el hombre gritaba, corrían como si la vida les fuera en ello, por eso Marcos dedujo que se trataba de algo importante, y ni Marcos ni las otras personas que viajaban en su mismo compartimento tuvieron tiempo de ver nada más.
Marcos pensó que era extraño ver en tan poco tiempo dos casos de personas que reciben una extraña noticia. El paisaje seguía cambiando, ríos, lagos y carreteras pasaban fugazmente sin que Marcos tuviera tiempo de mirarlos, Cuanta más gente veía más extrañado estaba ¿por qué aquélla gente iba de acá para allá como si estuviera preparándose para un largo viaje? Se preguntó. En todos los pueblos se veía lo mismo aunque el rápido paso del tren impedía saber si lo que sus ojos observaban era fruto de su imaginación o era realidad ¿se celebraría algún acontecimiento importante? Marcos no lo sabía. El tren continuaba adelante y siempre se observaba misma agitación, era evidente que todo lo que Marcos y sus compañeros habían visto estaba relacionado: La muchacha, el campesino, el ir y venir de las gentes… Era evidente que algo importante estaba sucediendo pero los que se encontraban el en tren no sabían nada.
Marcos miró a sus compañeros de compartimento y a los que se encontraban en el corredor, parecía que ellos no se habían enterado de nada, una señora de unos sesenta años dormitaba en el asiento opuesto de Marcos “no puede ser” pensó Marcos “Ellos también están inquietos”., Efectivamente sus compañeros de viaje echaban en todo momento miradas nerviosas hacia fuera y la señora que estaba “dormida” de vez en cuando entreabría los parpados y después de echar una rápida ojeada al exterior se aseguraba de que Marcos no la hubiera descubierto.
Normalmente el tren se habría detenido en Nápoles pero ese día no ocurrió Mientras el expreso atravesaba la ciudad Marcos volvió a ver a muchas personas que cerraban cajas y paquetes. ¿A dónde se querrán marchar? Pensó. Toda esa gente parecía asustada. Marcos pensó que la noticia no podía ser tan grave, si así fuera habrían evacuado el tren pero no, éste seguía adelante.
Las personas que viajaban en su mismo compartimento se acercaban disimuladamente hacia la ventanilla para ver mejor lo que ocurría fuera, al parecer todo el mundo se dirigía hacia el sur, no había ni una sola persona que fuera en dirección contraria. El tren en el que viajaba Marcos se dirigía directamente hacia la boca del lobo: El Norte, y cuando el tren paraba en su destino ya sería demasiado tarde para volver atrás.
En el compartimento de marcos todos estaban callados, nadie quería sacar el tema del extraño comportamiento de las personas del otro lado del cristal, todos se preguntaban si eso sería real o no. De pronto los ojos de todos los presentes se clavaron en el botón que había que pulsar en caso de alarma pero nadie se atrevió a accionarlo.
A menudo Marcos veía gente que les hacia señales o les miraba desconcertados por su rápida marcha hacia el Norte
Pasó otra ciudad y el tren aminoró la marcha. Mucha gente pensó que el tren se detendría allí pero tampoco ocurrió, y siguió su camino. Al pasar por la estación volvieron a ver mucha gente que posiblemente estaba esperando otro tren que les llevara hacia el sur. Un chico que vendía periódicos intentó seguir al tren mientras agitaba efusivamente unos de los periódicos que portaba en la ventanilla, la mujer que estaba sentada en frente de Marcos se levantó e intentó alcanzarlo pero lo único que quedó en sus manos fue un pedacito de la primera plana que rezaba ION, ¿Qué significaba?¿destrucción , atracción, invasión…? Ninguno de ellos lo sabía.
Las dos Horas restantes de viaje pasaron muy rápido, cuando el tren se detuvo en la estación de destino comprobaron que todo estaba terriblemente desierto. Marcos se acercó al kiosco vacío aun abierto y cogió un periódico, la primera plana rezaba “ciudades enteras se desplazan hacia el sur para poder ver la explosión de la estrella Z-123, pueden comprar las palomitas con anticipación” A lo lejos se oyó a una mujer gritar “Socorro, me ha mordido un ratón”.

Punto de vista

Punto de vista del conductor del tren:

-¡Y allá vamos!- dijo para sus adentros, como para darse fuerzas.

No entendía cómo podía haber llegado a ese mundo, pero ya estaba completamente dentro. Debía entregar la mercancía eso era lo único que importaba, ya que todo lo demás podían ser habladurías.

Notó que había un ambiente relajado entre los pasajeros del tren, lo que indicaba que todavía no sospechaban nada. Entonces observó a una niña sentada, mirando al tren, y a un hombre que llegaba corriendo. Intentó acelerar, pero fue demasiado tarde: los pasajeros ya se habían dado cuenta de que pasaba algo.

El trayecto siguió como de costumbre, ya que no podía levantar sospechas sobre nada de sus intenciones, supuestamente este sería un viaje como todos. Cada vez que rodeaba la cabeza, veía a alguien mirando la ventana, ocultándose para no ser descubierto. No, no podía ser que lo supieran. Era imposible.

Se estaban acercando a un campo, en el que un campesino estaba gritando algo. Hizo sonar la bocina, para que no lo escucharan. Tras esa noticia, un montón de aldeanos salieron corriendo. –Normal- pensó el conductor. –Ellos sí están advertidos-.
Siguió el tren, sin hacer ninguna parada, ya que quería recorrer el siguiente pueblo sin paradas, y lo antes posible, para que la noticia no se divulgara, pero era imposible: ya lo sabía todo el mundo. Pero había algo que no esperaba: los periódicos.

Estaba claro que la noticia sería la portada, así que se asomo, mientras que un hombre intentaba ofrecerlos: ¡horros! ¡Una anciana iba a coger uno! No lo dudó un instante: el conductor soltó una bocanada de vapor de la chimenea, haciendo volar el periódico de las manos de la mujer. Solo se había quedado con un pedazo: ION.

Era demasiada poca información para lo que de verdad intentaban comprender: El asesino de la estación.

No lo sabían, y podría pillarles descuidados. Al fin llegaría a un pueblo casi desierto, en el que le esperaba su cómplice, que era el que había divulgado la noticia, para dejarlo vacío. Una hora, media. Habían llegado. Miró a su compañero, que era un ferroviario, que al verle, entró en su caseta buscando una pistola.

Ya estaba todo preparado, solo faltaba…

-¡Socorro!¡Socorro!- gritó una mujer.

No podía ser, no podrían reaccionar a tiempo, aunque la mujer se lo advirtiera, así que debía ser rápido: paró y se bajo, con la mano en el gatillo de la pistola que llevaba en la guantera.

ALGO HABÍA SUCEDIDO

ALGO HABÍA SUCEDIDO

El viaje se le estaba haciendo larguísimo, parecía como si nunca fuese a
terminar. La verdad es que tenía sueño, no se encontraba demasiado bien y
todavía quedaba mucho viaje por delante. Cuando comenzó a quedarse dormida
se dio cuenta de que había un hombre de mediana edad contemplándole…Era
realmente guapo y parecía tener bastante dinero. Le alegró el día, todo hay que
decirlo. Le miraba de una forma realmente romántica. Le lanzaba miradas
breves y nerviosas, como si tuviese miedo de que le pillase mirándole. No
le extrañó que tuviese aquel flechazo, era razonable, ese día iba muy guapa,
muy enjoyada. Ella tenía0 unos 50 años, pero aparentaba menos. Aún era atractiva y todavía conservba parte de su antigua belleza. No paraba de observarla, tenía unos ojos preciosos, negros como el carbón, bellos. Se enamoró de él, y él de ella. Decidió hacerse la dormida para poder examinarle con los ojos
entreabiertos para que no se diese cuenta. Aún así la vió. Cuando sus miradas se cruzaban ella giraba la cabeza rápidamente hacia la ventana y luego, de nuevo, se volvía hacia él. Le contemplo desde arriba hasta abajo, desde abajo hasta arriba.
Así es. Se hizo la dormida. Sí, todo para poder mirarle. Cuando simuló
despertar, fijó la mirada en algún lugar del tren, ninguno en concreto. Siempre había estado muy orgullosa de su profunda mirada. Ella, como su amado compañero de viaje, también tenía unos ojos preciosos. El miró a aquel
mismo punto. Todo el vagón lo hizo. Todos se habían dado cuenta
de sus intenciones, no podía apartar la mirada de aquel hombre. Los demás
pasajeros estaban riendo para sus adentros, resultaba verdaderamente cómico verles coquetear el uno con el otro en tan avanzada edad. Como ya he dicho, ella iba muy guapa, con muchas joyas. Él pensoq eu tenían mucho valor, no hacía más que mirarlas. Ella le miraba, ya sin vergüenza, suplicándole que le hablase. Pero no lo hizo. Ella notaba que todavía seguía nervioso, por eso decidó
tomar una pequeña medida. Cuando llegaron a una de las estaciones se asomó
para intentar coger un periódico. Fue repentino, se le ocurrió que si se
levantaba, llamaría la atención de aquel apuesto caballero y además podría
entablar una conversación. Alarguó su brazo con delicadeza, pero el viento le
arrancó el periódico de entre los dedos. Tan sólo conseguó salvar una esquina de
la portada. Juguó un poco con el papelito, coqueteando… El miraba al trocito
serio, como decepcionado. Seguramente sería porque a él, como a ella, le hubiese
gustado aprovechar el periódico para comenzar a hablar y así oír su dulce voz.
Le entristeció mucho no poder hacerlo…Luego ya llegaron a la estación y
entonces ya nada tuvo sentido.
Aquella historia se la repitió constantemente en sus últimos días de vida.
La historia del día de la catástrofe. A ella no le preocupó lo que sucedió. Sólo se
preocupo por si misma, había vuelto a morir. Su abuela quedó viuda a los treinta
y cinco. Desde que su abuelo murió, decía su madre, nunca volvió a arreglarse.
Sólo lo hacía cuando viajaba en tren, para darse aires de importancia. Pero estaba
loca, desde que su abuelo murió, estaba loca. No sentía, no le importaba nada,
tan sólo miraba por la ventana. Simplemente, no era consciente de lo que
sucedía. No decía nada, parecía estar hecha de puro silencio. Cuando empezó a
hablar, fue porque ya moría, y cuando, finalmente, llegó su hora, a todos les
quedó una sensación de melancolía. Pensaron en su abuela como era antes, se
acordaron de la abuela a la que ella no conocí... En su lecho de muerte le dijo
que no estaba loca, que nunca lo había estado, que no era un corazón sin alma,
sino más bien un alma sin corazón.
La “DESTRUCCIÓN”, vacío dejó su corazón.

Algo había sucedido

Algo había sucedido
Dino Buzzati


El tren había recorrido sólo pocos kilómetros (y el camino era largo, nos se detendrían recién en la lejanísima estación de llegada, después de correr durante casi diez horas) cuando vio por la ventanilla, en un paso a nivel, a una muchacha. Fue una casualidad, podía haber mirado tantas otras cosas y en cambio su mirada cayó sobre ella, que no era hermosa ni tenía nada de extraordinario. ¡Quién sabe por qué había reparado en ella! Era evidente que estaba apoyada en la barrera para disfrutar de la vista de ese tren, superdirecto, expreso al norte, símbolo -para aquella gente inculta- de vida fácil, aventureros, espléndidas valijas de cuero, celebridades, estrellas cinematográficas... Una vez al día este maravilloso espectáculo y absolutamente gratuito, por añadidura.
Pero cuando el tren pasó frente a la muchacha, en vez de mirar en su dirección se dio vuelta para atender a un hombre que llegaba corriendo y le gritaba algo que ellos, naturalmente, no pudieron oír, como si acudiera a prevenirla de un peligro.
Solamente fue un instante: la escena voló, quedó atrás y se quedo preguntándose qué preocupación le había traído aquel hombre a la muchacha que había venido a
contemplarlos. Y ya estaba por adormecerse, al rítmico bamboleo del tren, cuando
quiso la casualidad -se trataba seguramente de una pura y simple casualidad- que
reparara en un campesino parado sobre un murito, que llamaba y llamaba hacia el
campo, haciéndose bocina con las manos. También esta vez fue un momento porque el
expreso siguió su camino, aunque le dio tiempo de ver a seis o siete personas que
corrían a través de las praderas, los cultivos, la hierba medicinal, pisoteándola sin
miramientos. Debía ser algo importante. Venían de diferentes lugares -de una casa, de
una fila de viñas, de una abertura en la maleza- pero todos corrían directamente al
murito, acudiendo alarmados, al llamado del muchacho. Corrían, sí, ¡por Dios cómo
corrían!, espantados por alguna inesperada noticia que los intrigaba terriblemente,
quebrando la paz de sus vidas. Pero fue sólo un instante, lo repito apenas un relámpago; no tuvieron tiempo de observar nada más.
"¡Qué extraño!", pensó, "en pocos kilómetros ya dos casos de gente que recibe, de
golpe, una noticia" (eso, al menos era lo que él presumía). Ahora, vagamente
sugestionado, escrutaba el campo, las carreteras, los paisajes, con presentimiento e
inquietud. Seguramente estaba influido por el especial estado de ánimo, pero lo cierto es que cuanto más observaba a la gente, más le parecía encontrar en todos lados una
inusitada animación. ¿Por qué aquel ir y venir en los patios, aquellas afanadas mujeres, aquellos carros...? En todos los lados era lo mismo. Aunque a esa velocidad era imposible distinguir bien, hubiera jurado que toda esa agitación respondía a una misma causa. ¿Se celebraría alguna procesión en la zona? ¿O los hombres se dispondrían a ir al mercado? El tren continuaba adelante y todo seguía igual, a juzgar por la confusión. Era evidente que todo se relacionaba: la muchacha del paso a nivel, el joven sobre el muro, el ir y venir de los campesinos: algo había sucedido y toda la gente del tren no sabia nada.

Miró hacia sus compañeros de viaje, algunos en el compartimiento, otros en el corredor. No se habían dado cuenta de nada. Parecían tranquilos y una señora de unos sesenta años, frente a él, estaba a punto de dormirse. ¿O acaso sospechaban? Sí, sí, también ellos estaban inquietos y no se atrevían a hablar. Más de una vez los sorprendió echando rápidas miradas hacia fuera. Especialmente la señora somnolienta, sobre todo ella, miraba de reojo, entreabriendo apenas los párpados y después examinaba
cuidadosamente para ver si la había descubierto. Pero, ¿de qué teníamos miedo?
Nápoles. Aquí, habitualmente, el tren se detiene. Pero nuestro expreso, no, hoy no.
Desfilaron cerca las viejas casas y en los patios oscuros se veían ventanas iluminadas.
En aquellos cuartos -fue un instante- hombres y mujeres aparecían inclinados, haciendo
paquetes y cerrando valijas. ¿O se engañaba y todo era producto de su fantasía?
Se preparaban para marcharse. "¿Adónde?", le preguntaba. Evidentemente no era una
noticia feliz, pues había como una especie de alarma generalizada en la campaña como
en la ciudad. Una amenaza, un peligro, el anuncio de un desastre. Después le decía: "Si
fuera una desgracia se habría detenido el tren; y en cambio, el tren encontraba todo en
orden, señales de vía libre, cambios perfectos, como para un viaje inaugural.
Un joven a su lado, simulando que se desperezaba, se había puesto de pie. En realidad
quería ver mejor y se le inclinaba para estar más cerca del vidrio. Afuera, el
campo, el sol, los caminos blancos y sobre los caminos carros, camiones, grupos de
gente a pie, largas caravanas, semejantes a las que marchan en dirección a la iglesia el día del santo patrón de la ciudad. Ya eran cientos, cada vez más gentío a medida que el tren se acercaba al norte. Y todos llevaban la misma dirección, descendían hacia el sur, huían del peligro mientras ellos íban directamente a su encuentro; a velocidad enloquecida se precipitaban, corrían hacia la guerra, la revolución, la peste, el fuego... ¿Qué más podía pasares? No lo sabrían hasta dentro de cinco horas, en el momento de llegar y seguramente sería demasiado tarde.
Nadie decía nada. Ninguno quería ser el primero en ceder. Cada uno quizás dudara de sí
mismo, como él, y en la incertidumbre se preguntara si toda aquella alarma sería real o
simplemente una idea loca, una alucinación, una de esas ocurrencias absurdas que
suelen asaltarles en el tren, cuando ya se está un poco cansado. La señora de enfrente
lanzó un suspiro, aparentando que recién se despertaba e igual que aquel que saliendo
efectivamente del sueño levanta la mirada mecánicamente, así ella levantó las pupilas,
fijándolas, casi por azar, en la manija de la señal de alarma. Y también todos ellos
miraron el aparato, con idéntico pensamiento. Nadie se atrevió a hablar o tuvo la
audacia de romper el silencio o simplemente osó preguntar a los otros si habían
advertido, afuera, algo alarmante.
Ahora las carreteras hormigueaban de vehículos y gente, todos en dirección al sur. Se
cruzában con trenes repletos de gente. Los que les veían pasar, volando con tanta
prisa hacia el norte, les miraban desconcertados. Un multitud había invadido las
estaciones. Algunos les hacían señales, otros les gritaban frases de las cuales se
percibían solamente las voces, como ecos de la montaña.
La señora de enfrente empezó a mirarlo. Con las manos enjoyadas estrujaba
nerviosamente un pañuelo, mientras suplicaba con la mirada. Parecía decir: si alguien
hablaba... si alguno de ellos rompiera al fin este silencio y pronunciara la pregunta
que todos están esperando como una gracia y ninguna se atreve a formular...
Otra ciudad. Como al entrar en la estación el tren disminuyó su velocidad, dos o tres se levantaron con la esperanza de que se detuviera. No lo hizo y siguió adelante como una estruendosa turbonada a lo largo de los andenes donde, en medio de un caótico montón de valijas, un gentío se enardecía, esperando, seguramente, un convoy que partiera. Un muchacho intentó seguirles con un paquete de diarios y agitaba uno que tenía un gran titular negro en la primera página. Entonces, con un gesto repentino, la señora que estaba frente a él se asomó, logrando detener por un momento el periódico, pero el viento se lo arrancó impetuosamente. Entre los dedos le quedó un pedacito. Advertió que sus manos temblaban al desplegarlo. Era un papelito casi triangular. Del enorme título, sólo quedaban tres letras: ION, se leía. Nada más. Sobre el reverso aparecían indiferentes noticias periodísticas.
Sin decir palabra, la señora levantó un poco el fragmento, a fin de que pudiéramos
verlo. Todos lo habían visto, aunque ella aparentaba ignorarlo. A medida que crecía
el miedo, se volvían más cautelosos. Corrían como locos hacia una cosa que
terminaba en ION y debía de tratarse de algo espeluznante; poblaciones enteras se
daban a la fuga. Un hecho nuevo y poderoso había roto la vida del país, hombres y
mujeres solamente pensaban en salvarse, abandonando casas, trabajos, negocios, todo,
pero su tren no, el maldito aparato, del cual ya se sentían como un
pasamano más, como un asiento, marchaba con la regularidad de un reloj, a la manera
de un soldado honesto que se separa del grueso del ejército derrotado para llegar a su
trinchera, donde ya la ha cercado el enemigo. Y por decencia, por un respeto humano
miserable, ninguno de ellos tenía el coraje de reaccionar. ¡Oh los trenes, cómo se
parecen a la vida!

Faltaban dos horas. Dos horas más tarde, a la llegada, ya sabrian la suerte que les
esperaba a todos. Dos horas. Una hora y media. Una hora. Ya descendía la oscuridad.
Vieron a lo lejos las luces de su anhelada ciudad y su inmóvil resplandor
reverberante, un halo amarillo en el cielo, les volvió a dar un poco de coraje.
La locomotora emitió un silbido, las ruedas resonaron sobre el laberinto de los cambios. La estación, la superficie -ahora oscura- del techo de vidrio, las lámparas, los carteles, todo estaba como de costumbre. Pero, ¡horror! Aún el tren se movía, cuando vió que la estación estaba desierta, los andenes vacíos y desnudos. Por más que busqué no pudo encontrar una figura humana. El tren se detuvo, al fin. Corrimos por el andén hacia la salida, a la caza de alguno de sus semejantes. Le pareció entrever al fondo, en el ángulo derecho, casi en la penumbra, a un ferroviario con su gorro que desaparecía por una puerta, aterrorizado. ¿Qué habría pasado? ¿No encontrarían un alma en la ciudad? De pronto, la voz de una mujer, altísima y violenta como un disparo, les hizo estremecer. "¡Socorro! ¡Socorro!", gritaba y el grito repercutió bajo el techo de vidrio

con la vacía sonoridad de los lugares abandonados para siempre.

Semana 2: Tan solo una mirada

Esta semana trabajaremos sobre la importancia del punto de vista. Escogeremos un texto y lo volveremos a crear, cambiando la perspectiva de la narración. ¿Qué saldrá de todo esto? Impaciente me tenéis.

Esponja de palabras es el blog del curso online Taller de Narrativa: durante 12 semanas absorberemos y escupiremos lo que vayamos trabajando en nuestro taller. ¡Bienvenido!
 
Copyright 2009 ESPONJA DE PALABRAS All rights reserved.
Blogger Templates created by Deluxe Templates
Wordpress Theme by EZwpthemes