Semana 12: Final del Taller de Narrativa

12 son las semanas que hemos estado desenseñando a desaprender cómo se describen las cosas... La esponja de palabras está hasta arriba pero ¡aún tiene capacidad de absorber vuestros últimos relatos!.

Y no olvidarse jamás que NUNCA TE ACOSTARÁS SIN SABER UNA COSA MÁS.

Una mirada diferente

Caían tras los cristales las finas lluvias postreras de abril mientras Lolo disfrutaba cómodamente instalado en el sillón de su pasatiempo favorito manipulando con avidez los gastados controles de su mando de consola mientras trataba desesperadamente de amortiguar los inoportunos sonidos delatores tras el espeso pelaje de su gato Chito, que dormitaba con envidiable placidez en su regazo ajeno a las preocupaciones del inquieto amo, quien aguardaba con temor el inevitable momento en que su madre, que suspiraba con alivio en el comedor siguiendo el desarrollo de la telenovela de sobremesa en la creencia de que su hijo estudiaba silenciosamente en la habitación, cayese en la cuenta de la mínima credibilidad ofrecida por el hecho de que Lolo aceptase trabajar durante horas encerrado en su dormitorio sin oponerse ni protestar. Repentinamente la puerta de la habitación se abrió de par en par golpeando la pared con inesperada fuerza mientras Teresa irrumpía en el dormitorio cargada de devastadora furia: un súbito silencio en el televisor había permitido a la madre del chico discernir el origen de los sospechosos ruidos acallados procedentes de la habitación. Sobresaltado, Lolo saltó violentamente del sillón para tratar de ocultar la evidencia de su vicio prohibido, arrojando a su gato al suelo y cayendo sobre él mientras recibía simultáneamente una bofetada de su madre y un arañazo del felino, que corrió a esconderse con ira bajo la seguridad del atestado escritorio dirigiendo a Lolo una mirada de manifiesto resentimiento mientras lamía con disgusto su rabo dolorido.
– ¡Otra vez con la consola! ¡Siempre, siempre con la consola! ¡Aquí es donde deberías estar! ¡Aquí, estudiando! ¡No te lo repetiré más! –puñetazo sobre la mesa. El desdichado gato, que trataba infructuosamente de conciliar el sueño perdido creyéndose a salvo en su refugio, salió disparado en dirección a la puerta entre breves maullidos insistentes de descontento–. ¡La próxima vez que me desobedezcas tiraré la consola por la ventana!
La madre de Lolo abandonó furiosa la habitación de su hijo entre murmullos de rabia y reproche, cerrando la puerta con una energía que subrayaba su furibundo estado de ánimo durante aquellos instantes. El chico permaneció silenciosamente pensativo en el interior de la estancia dudando lo que debería hacer a continuación; sin embargo, su dubitativo estado no duró largo rato, dado que al cabo de unos instantes decidió salir a pasear a lo largo de la avenida marítima observando que había dejado de llover: con certeza el cambio de aires le vendría bien, o al menos quizá lograse evitar la ineludible hoja en blanco depositada sobre el escritorio que no cesaba en recordarle con terrorífica insistencia las obligadas tareas indeseadas que no podría entregar al día siguiente…
Los inseguros rayos del sol despuntaban tímidamente tras las nubes grises mientras Lolo vagaba sin rumbo por la silenciosa avenida solitaria que discurría paralela a la cercana orilla del mar desde donde emanaban efluvios a salitre acompasados por el incesante sonido de las olas, sin disfrutar del hermoso paisaje en su mente velado por los recuerdos del deseado juego de consola pero eludiendo el momento de regresar a su casa y encarar la furia de su madre, quien pondría sin duda el grito en el cielo al comprobar el lamentable estado de su cuaderno de matemáticas obligándole a trabajar durante horas encerrado en el salón angustiosamente privado del tranquilizante murmullo del televisor. Y fue entonces, durante uno de tantos instantes en que su mirada divagaba perdida en ninguna parte, cuando la vio. Su esbelta figura se recortaba a contraluz desde la lejanía desdibujando un largo cabello que ondeaba suavemente mecido por el viento, apenas una silueta entre las elevadas palmeras de la avenida mientras leía un libro apoyado en su regazo sin elevar un instante la mirada. El chico caminó en aquella dirección hasta dejarla atrás, pero un invisible hechizo le hizo detenerse y volver hacia ella la mirada. Lolo la contempló en silencio durante un maravilloso intervalo de tiempo interminable sin atreverse a dirigirle la palabra hasta que le dio la espalda suspirando y mientras su mente divagaba por invisibles universos desconocidos las piernas le condujeron hasta el portal donde Chito le esperaba, dirigiéndole al divisar su silueta un sutil maullido taimado de circunstancias.
La mañana siguiente transcurrió con exasperante lentitud para Lolo, que permaneció durante toda la jornada con la cabeza en las nubes comprobando diez veces cada cinco minutos la irritantemente pausada evolución de las manecillas del reloj sin tan siquiera atender a los gritos de su desesperado profesor, quien acabó por aguardar el timbre liberador con mayor anhelo que su díscolo alumno indócil. Cuando tras una interminable veintena de minutos la jornada finalizó Lolo recogió raudo sus libros y partió velozmente hasta su casa ante la sorprendida mirada de sus amigos, sin perder tan siquiera unos segundos esperando el acostumbrado transporte escolar. Al llegar a la casa el chico eludió las preguntas de su madre acerca de aquella inesperada prontitud argumentando con perfecta réplica que a su profesor de literatura no le había sido posible acudir a clase y la jornada había finalizado con premura, tras lo cual almorzó desenvolviendo la presteza que habitualmente reservaba para las ocasiones en que aguardaba el momento de iniciar un deseado nuevo juego de consola y se dirigió hacia su habitación ante la suspicaz mirada inquisidora de su madre cerrando la puerta con determinación. Lolo permaneció unos instantes sin decidirse a soltar el pomo de la puerta mientras su mirada se dirigía impulsivamente hacia la consola, temiendo que si consentía en liberarse de aquel apoyo protector sus piernas no le obedecerían y correrían hasta el ansiado lugar desde donde había disfrutado de sus juegos durante tantas felices ocasiones. Finalmente respiró hondo y se dirigió temeroso hasta el rincón donde descansaba su mochila extrayendo de su interior el odiado cuaderno de matemáticas con una irrefrenable decisión: por una vez estaba decidido a hacer lo que difícilmente habría hecho nunca solo. Aquella tarde de soleado jueves, Lolo iba a hacer los deberes.
Pasaron las horas y al cabo de un tiempo el chico contempló asombrado la hoja escrita que permanecía ante sí sobre la mesa atónito ante lo que observaban sus ojos; Incomprensiblemente, había sido capaz de completar los deberes sin ayuda. Lolo abandonó la mesa de trabajo escrutando tras los amplios cristales de la habitación la soleada tarde que se complacía ofreciendo al transeúnte sus deleitantes esplendores desde el radiante cielo azul, decidiendo que por fin había llegado el anhelado momento de salir a pasear... por la avenida marítima. El chico silbó y Chito acudió alegremente a su llamada maullando feliz ante la insólita oportunidad brindada por el destino para escapar de aquel encierro mientras su amo le colocaba el antiguo collar oxidado que ambos creían perdido para siempre olvidado entre las envolventes tinieblas de los juegos de consola, tras lo cual ambos salieron al encuentro de la maravillosa tarde entre los atronadores gritos de Teresa:
– ¡Lolo, espero que sepas lo que estás haciendo! ¡Si encuentro las tareas sin hacer, esta vez te vas a enterar!
– ¡Sí, mamá! ¡No te preocupes –gritó Lolo desde la distancia, cerrando el portal mientras una leve sonrisa ladina se insinuaba en sus labios imaginando el asombro de su madre al comprobar la perfecta hoja de tareas que yacía sobre su escritorio pregonando que algo había radicalmente cambiado en su vida para siempre.
El chico caminaba despacio por la avenida disfrutando de la feliz compañía de su gato mientras divagaba su anhelante mirada entre el gentío que conversaba, leía o corría por la avenida. Divisó asimismo a un niño que jugaba exánime con su móvil ajeno al alegre movimiento que bullía a su alrededor, dándose cuenta asombrado de que le contemplaba con pena, tal y como debían de haberle observado a él durante tantas ocasiones en las que permanecía horas sentado en un banco del cercano parque local obsesionado con las invisibles diversiones de su insulsa game boy. ¡Cuántas cosas perdidas! ¡Pero cuántas cosas!
Sin embargo, el tiempo transcurría inexorable mientras Lolo, desesperado, no lograba divisar la imagen de aquella chica que le obsesionaba locamente desde el primer momento en que vislumbró su inigualable silueta envuelta en la brumosa noche silenciosa de la avenida. Súbitamente la correa de Chito se zafó de sus manos distraídas con repentina fuerza mientras el gato echaba a correr lanzando agudos maullidos de alegría ante la incrédula mirada atolondrada de Lolo, quien contempló horrorizado cómo su mascota ronroneaba con insistencia al pie de una figura que no habría podido evitar reconocer, una chica que leía un libro mientras sostenía con descuido en su delicada mano… un oloroso bocadillo de atún.
La chica levantó la mirada del libro en el que se encontraba inmersa al sentir enredarse algo similar a una pequeña bolita peluda en sus pies:
– ¡Oh, qué gato más bonito! ¿Quieres un poco, amigo? – dijo Marina sonriendo mientras ofrecía al animal un trozo de atún que Chito aceptó con un maullido de felicidad mientras frotaba la cabeza contra ella manifestando su alegría. La chica examinó a las personas que la rodeaban tratando de descubrir al dueño del cariñoso gato, a quien no tardaría en identificar como como aquel chico de mejillas encendidas que la observaba detenidamente tratando de ocultar su retraimiento mientras realizaba un amago de saludo titubeante con temor–. ¡Qué gato más bonito tienes! ¿Cómo te llamas?
– Me… me llamo… Lolo –titubeó el chico, azorado ante la inesperada situación–. Y tú, ¿cómo te llamas?
– Yo me llamo Marina –dijo ella tratando de reprimir la risa irremediable que brotaba en su interior mientras trataba de imaginar la ruborizada turbación de aquel curioso chico si continuase diciendo: “Y voy a evaporarme si me miras tanto”.
Superada la inicial timidez del avergonzado Lolo, ambos charlaron durante largo rato bajo el sol abrasante de la tarde. La chica relató a Lolo que acudía siempre que le era posible al paseo marítimo para leer todos los libros de ciencias que lograba conseguir merced a la generosidad de la bibliotecaria de su centro, ya que la lectura constituía su pasatiempo favorito además de estudiar, escribir e investigar. La inminente caída de la noche sobre la ciudad obligó a Lolo a despedirse de ella en contra de su voluntad levemente consolado con la agradable idea de que habían acordado verse de nuevo durante la tarde del día siguiente en el mismo lugar maravilloso de la avenida, como lo harían ritualmente a lo largo del tiempo hasta el momento de su matrimonio, acontecido tantos años después. Al llegar a su casa el chico suspiró con alivio liberando las tensiones de aquella espléndida tarde mientras acariciaba a Chito con inmenso agradecimiento: sin duda, aquel animal tan simpático poseía un secreto don especial…
Sin embargo, las inesperadas alegrías de la inigualable tarde de jueves no habían concluido aún para el asombrado Lolo, quien recibió feliz la alegría de sus padres ante la inusitada perfección laboriosamente lograda de su libreta de matemáticas. Toda la familia se encontraba pletórica de alegría cuando con tras una inesperada sonrisa la madre del chico dijo a su hijo:
– Te felicito por tu trabajo, me has hecho sentir muy orgullosa de ti. Y ahora, como premio, antes de acostarte puedes jugar a la consola.
Repentinamente un acceso de furia contra sí mismo asaltó a Lolo, que subió las escaleras seguido por sus padres mientras éstos intercambiaban un fluido juego de miradas sin comprender lo que había sucedido; al llegar a su dormitorio, el chico se dirigió con rabia hacia un rincón y arrojó repetidamente la consola contra la pared hasta que los engranajes del aparato cayeron al suelo entre un estrépito de metal fragmentado e inútil. Un tenso silencio se esparció por la habitación: todos habían comprendido. A la mañana siguiente Lolo se encontró caminando feliz hacia el colegio, recibiendo por fin con alegría la dicha de una vida plena carente de limitaciones.

LOLO

Su verdadero nombre es Álvaro Forner pero desde pequeño le llaman Lolo; el por qué no se sabe, simplemente es así. Era muy buen estudiante hasta que un día sus padres le compraron -¿¡por qué se lo comprarían!?- el videojuego “People Terminator”, la verdad es que aunque el nombre no dice mucho Álvaro decidió probar, no fue una buena idea, se vició tanto que hubo que llevarle al psicólogo, pero eso no sirvió de nada, sus notas bajaron en picado y en cuanto llegaba a casa lo primero que hacía era ponerse en el ordenador para jugar a ese horrible juego. Cuando llegó al último nivel y lo superó todos pensaron que el mal habito llegaría acabaría, sin embargo se equivocaron: la cosa fue a peor. Sus padres no quisieron comprarle más videojuegos, y entonces empezó a alquilarlos y a comprarlos con su propio dinero, había que ponerle fin a aquello. El pobre Lolo repitió curso por culpa de sus videojuegos pero él estaba tan absorto que no se daba cuenta de lo malo que era aquello. Un día sus padres decidieron que quitarían los ordenadores y la televisión y que confiscarían toda máquina electrónica que no estuviera en la cocina, así que la casa quedó limpia de toda mancha. Fue una solución muy drástica, pero resultó. Al cabo de un tiempo Lolo salió de su tristeza y volvió un poco en sí, se dio cuenta de lo malo que habían sido los videojuegos tanto para él como para sus resultados académicos, volvió a ser un buen estudiante, aunque un curso más abajo, y a tener buenas costumbre (leer, escuchar música , jugar al futbol…), incluso empezó a tocar el oboe. Si no queréis que os pase como al pobre Lolo pensáoslo dos veces.
Carmen

Hasta nunca para siempre.

Finalmente Jonathan se levantó. Lo que más me ha gustado siempre de él es su aire misterioso, podía pasar horas mirando fijamente a ningún sitio, con la mente en blanco aparentemente, pero dentro de él se forjaban ideas, ideas inquebrantables y eternas. Cuando se embarga en aquel estado, lo mejor es prestar atención a lo que va a decir.

El tiempo lo cura todo, menos la verdad. Y la verdad, nuestra verdad, es que perdimos la pasión hace tiempo. Le quiero con toda mi alma, pero mi amor esta hecho de recuerdos de tiempos en que fuimos felices, y ahora me doy cuenta que entre los dedos se escapó lo mejor.

Todo empezó hace dos años. Por aquel entonces yo trabajaba en una carnicería. Jonathan escribía artículos de opinión en el periódico local y así nos ganábamos la vida. Nuestros padres tuvieron la amabilidad de comprarnos el piso donde vivimos ahora. Conservamos los muebles de los antiguos dueños a falta de dinero para comprar de nuevos. Jonathan y yo nos habíamos caso medio año antes en la catedral. Nunca olvidaré la escena en que entré en la catedral, supongo que todo era precioso, pero no podía apartar la vista de Jonathan, sus ojos irradiaban felicidad, juventud y un montón de promesas de una buena vida a su lado, nada comparado con ahora. Teníamos piso, éramos felices, estábamos casados y el océano de tiempo aguardaba para que escribiéramos nuestra historia sobre él. Sólo nos faltaba una cosa. Un hijo.

Nos pusimos manos a la obra con el tema desde la primera noche que pasamos en nuestro piso. Al año siguiente todavía manchaba cada mes sin falta alguna. Fuimos a ver el doctor, dijo que yo estaba perfectamente que no había inconveniente alguno por mi parte, que el problema no era mío sino de Jonathan. Alguna idea cruzó por su mente y me horroricé solo con ver su expresión. Había envejecido 10 años en 10 segundos, y todavía hoy sigue igual. A partir de ese día Jonathan se puso a escribir. Escribía horas y horas al día, ya no trabajaba para el periódico, la comunicación con él se hizo imposible y empezamos a vivir en la ruina. Mi sueldo de carnicera no da para mucho.

Una noche mientras dormíamos empezó a hablar. Dijo que la única manera de no desaparecer del mundo, es tener un hijo. Nuestra alma se divide y llena de vida al bebé. Nuestro hijo debería estar aquí ahora, rebosando de vida y albergando nuestros sueños, esperanzas y nuestra alma. También me dijo que estaba condenado a desaparecer y que haría todo lo posible para que no fuera así.

Y ahora de pié delante de mí me dice que se marcha para siempre. Que rehiciera mi vida y fuese feliz.

Han pasado 3 años de aquél momento. Ahora soy feliz, vivo con Alejandro y tengo un bebé. Al nacer mi pequeño llegó un paquete. En el interior había un libro titulado “Hasta nunca para siempre” La dedicatoria de la primera página rezaba:

Para Marisa, porque nunca te olvidaré. Y a nuestro hijo, fruto de nuestros recuerdos, quién vive aquí dentro.
Albert.

Semana 5: Personajes de palabras

Muy bien, muy bien, ahora nos tocan los personajes. Un poco así, un poco asá, más bien asé y mucho de asó... Espero que vosotros sí sepáis encontrar los mecanismos adecuados para dotar a vuestros personajes de vida propia...

Cayo Lelio Meridio cuenta la historia… I-Y le arranqué la cabeza

Me desperté con el sonido de los cuernos de guerra.

-¡Nos atacan!

Me incorporé de un salto. No había soldados en la tienda. Fuí rápido, pero no lo sufuciente. Tres cuartos del campamento estaba ardiendo en llamas. Lamentablemente mis armas, estaban en una habitación en uno de esos tres cuartos de campamento.

Hace días que lo iba diciendo : Nos van a atacar…,pero nadie me creyó.

Fuí a la tienda del César y la encontré llena de ese líquido que yo había visto tantas veces. Su cabeza estaba colgando de una pared en la cual estaban escritas las siguientes inscripciones en galo :

Viva Vircengetorix, viva la Galia.

-¡El Cesar ha muerto!-grité saliendo de esa tienda empapada de sangre del Cesar mezclado con un poco de cobardía Gala.

Me sobresalté. Encontré un gran montón de cadáveres a la entrada. Entre ellos encontré el cadáver de Flavius, Moleus, Saneus, Nolius, Stolius…, todos eran compañeros de promoción. Me eché al suelo y empezé a llorar. De rabia. Algo surgió en mi.Como una llama que se ha apagado y ha vuelto a encenderse cinco veces mas fuerte. Maté Galos. Perdí la cuenta de cuantos había. Ninguno era tan fuerte como para derrotarme. Esos cobardes galos… No dejé ni uno en pie. Empezé a subir montañas de muertos y me encontré a mi enemigo final. Vercingetorix estaba tan orgulloso de si mismo… Subí corriendo y le arranqué la cabeza.

Los actuales libros de historia falsean lo que nosotros podriamos llamar la verdad. Vercingetorix murió a manos de Cayo Lelio Meridio, nuevo Cesar de Roma.

II-Cuando subí al trono

Fué un dia como los otros. Desperté en medio de todos los cadáveres. Aún me regocijaba con mi victoria. Estaba empezando a pensar como llegaría a la capital del imperio. Me decidí, cogí la cabeza del cobarde galo y me aventuré en ese largo viaje del que saldría con vida.

Monté a mi fiel caballo Crinesta y partí. Lo demás ya no importaba. Sabía que pararía en Lutecia a depositar mi orgullo sobre esos cobardes que me hicieron tanto sufrir. También sabía que pararía en la taberna de un viejo amigo con el que aposté 10 denarius aureus a que salía con vida de esa historia.

Llegué a Roma un año después de la gran matanza. Fue un dia lluvioso pero cuando llegué con mi gran armadura de oro y la cabeza de Vercingetorix, el pueblo me aclamó y me convirtió en César.

Subí al trono, me dio un infarto y morí. Caí como cae un árbol.

Esta es mi historia. Es trágica, pero liberé al imperio romano de un final fatal.
¡Viva Roma !

La cruel historia del fatídico destino de Ian McBurn.

Esa mañana, Ian se sentía con verdaderas ganas de acabar con los leprechauns. Como vivía en una cabaña retirada de la ciudad, en el bosque, todo lo que sabía sobre ellos era de los libros que había conseguido (sin que sus padres se dieran cuenta, ya que no querían que fuera violento).

Eran unos seres muy crueles, que se aprovechaban de que cuando un humano lo veía estaba pensando en dinero para rajarlos por la mitad.

En el fondo, estaba deseando de ver, uno, porque tendría su espada puesta a punto para decapitarlo. Ya tendría tiempo más tarde para buscar todo el oro.

Salió de paseo, quería que le diera el aire. Sus padres se tragaron la excusa a la perfección. Salió de la casa, fue al cobertizo y cogió la espada más afilada que tenía, y se adentró en el bosque.

Tenía sed de sangre, sabía a quien debía matar (había visto más de 15 fotos de leprechauns en un libro que acababan de editar, tenía claro su objetico).

Después de una hora de búsqueda infructuosa, se sentó: no podría estar alerta si tenía el estómago vacío, por lo que se acercó a un manzano que tenía cerca. Al cogerlo, vio algo: ¡un leprechauns! Espera, no, no era un leprechauns, era distinto a todas las fotos que había visto. Siguió acercandose, con sigilo, quería ver que era ese ser. Tenía a una familia cerca, un gran impedimento para el ataque. Parecía que estaban sentados de merienda en el bosque.

Logró escuchar una parte de la conversación de ese ser:

-Desde que edité ese libro sobre los leprechauns, ¡se nos han acabado los problemas!- dijo el primer ser
-Si, cariño, pero no creo que esté bien tener a la gente preparada para pelear contra los dibujos que hiciste: te los inventaste, pero eran muy reales-
-Ya lo se, por eso los compraron, ¿no crees?-

Entonces, ese era el editor, y no eran esos los leprechauns. Ian tenía que preguntarle por qué lo hizo, así que abandonó su escondite, y se dirigió hacia ellos. Cuando estuvo a una distancia suficiente, el editor le miró, escupió su carbeza, y gritó: ¡Un leprechauns! ¡Somos aún mas ricos!.
Ian, alarmado, salió corriendo hasta una fuente, en la que vio su reflejo. No podía ser. No era cierto. ¡Siempre había odiado a su propia raza! ¡Su padre no era un héroe, era un asesino!

Demasiadas ideas se le pasaron por la idea, pero solo una lo invadió por completo: desenvainó su espada y se atravesó el corazón. Él no podría vivir sabiendo que era un asesino. Se arrastró a buscar al hombre, y se desplomó. Irónicamente, cuando cavaron debajo de su cadáver, encontraron un yacimiento de oro.

La pesadilla

- Lolo , ¡ Lolo !. Este niño nunca escucha , ¡ Lolo! ¿ Pero es qué nunca vas a atender ? Te dije que ordenaras tu habitación .

- Pero si esta ordenada mama – respondió Lolo – A ver si quieres que haga un batallón de limpieza …
- Lo que quiero es que escuches y acates . Escuches y acates ¿ Entendido ? Voy a ir a comprar la cena , y cuando vuelva quiero ver esto ordenado .
- Vale , vale …

Lolo pasó de las órdenes de su madre porque ¿ qu era mejor : ordenar su habitación o jugar a la consola ? Lolo no se lo pensó .

De repente , llamaron a la puerta .

Al abrir , vio a un hombre vestido con una especie de uniforme que le recordaba al que llevaba el prota de una peli policiaca .

¿ Lolo Espada ? – preguntó el hombre – No ya s que eres Lolo Espada no voy a entretenerme con minucias no tengo tiempo . Acompáñame

¿ Quién es usted ? – Se atrevió a preguntar el chico .

- Magnus , director adjunto de F. P.
- ¿ Formación Profesional ?
- No , Filius Poena .

Lolo decidió seguirle , un craso error , y de sentido común , porque nadie seguiría a un desconocido , y menos si este fuese director adjunto de una asociación con un nombre tan siniestro. Pero Lolo era muy impulsivo y poco prudente , así que cerró con llave la casa y le siguió sin pensar en que pasaría cuando su madre llegara .

Magnus lo condujo hasta una calle poco transitada y allí lo hizo subirse a un coche . En ese momento Lolo sí fue prudente , y se negó , sabiendo lo que eso podría conllevar . Pero Magnus lo fulminó con su mirada y Lolo sintió que sus piernas no le respondían , querían meterse en el coche . Obligado por esta fuerza , Lolo se introdujo en el interior del vehículo . Entonces Lolo vio el emblema de Filius Poena , era como las señales de tráfico de prohibición , pero en lugar de un número o cualquier otra cosa , vio un globo . Un globo en una señal de prohibición , señal que , cuanto menos , inquietaba . Recordó entonces su primera clase de latín y con pánico , una frase que decía “ FILIUS POENA = CASTIGO DE HIJOS ” Lolo estaba muy asustado , pero lo peor era que empezaba a comprender de que iba todo aquello . Mientras todo esto ocurría , el coche había empezado circular , y se detuvo en un edificio que Lolo creía que estaba abandonado .

- Aún no sé de qué va todo esto – dijo Lolo , fingiendo mostrarse duro .
- Bien , sígueme , te lo contaré todo – respondió Magnus secamente .

Entraron en el edificio , subieron unas escaleras y se detuvieron ante una puerta de acero con el símbolo del globo . Allí , Magnus se quitó su anillo y lo encajó en una extraña cerradura . Tras girarlo , la puerta cedió . Era un anillo en bajorrelieve que actuaba como llave . Al entrar , Lolo advirtió que la habitación era solo un despacho . Magnus le indicó que tomase asiento , y tras hacerlo él también , comenzó la esperada explicación .

- Somos una asociación que se dedica a raptar niños que no actúan bien – dijo tajantemente – cuando vemos que un padre no está contento con su hijo y no se reconcilia con él en un largo período de tiempo , lo secuestramos . Normalmente no es tan sencillo , pero tú , que has caído fácilmente , no nos has causado molestias apenas . Gracias .
- ¿ Qué hacéis con los niños ?
- Trabajos forzados . Estamos por todo el mundo , así que hay espacio para todos . No te preocupes , seguro que te encontramos una buena celda – en este punto Magnus sonrió con parsimonia . – Mientras se te busca sitio , espera aquí , y no intentes escapar , malgastarás energía y eso te va a hacer mucha falta , amigo .

Cuando Magnus desapareció , Lolo no reaccionó : Sabía que Magnus tenía razón . En estos momentos quiso no haberse comportado como lo había hecho , y deseó poder pedirle a su madre perdón por todo , lo deseó con todas sus fuerzas y , de repente , todo se movía , desparecía , nunca había existido . Y también de repente Lolo observó que estaba en su cuarto , frente a la videoconsola , y entonces supo que las ganas de disculparse habían vencido a las intenciones de Magnus , y que el destino le brindaba una nueva oportunidad .
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