Mi primer reportaje trató sobre la estatua de la libertad. La verdad es que mi sueño siempre había sido estudiar medicina, pero no fue posible, mi familia era sencilla así que no se podían permitir costearme la carrera, de todas formas ser reportero no estaba del todo mal, lo malo es que la gente me miraba de forma rara solo porque me consideraban demasiado joven.
Al cabo de dos meses me habitué por fin a mi nueva vida, todas las mañanas andaba durante media hora hasta el estudio en el que mi jefe me daba los encargos del día. A veces tenía que escribir sobre un asesinato, un acontecimiento importante, o sobre algún famoso al que le había dejado su mujer por otro.
Se acercaban las vacaciones, el día empezó como otro cualquiera, me levanté, me vestí y me dispuse a caminar hacia la oficina mientras me comía un delicioso bollo que había comprado en una pastelería cercana a mi casa. Al llegar a la puerta del estudio me sorprendió que estuviera cerrada pero de todas formas siempre llevaba encima una llave de repuesto así que no tuve problema en abrir aquella vieja puerta de metal oxidado. Al entrar tuve una desagradable sensación, olía a humedad, a cerrado, como si no hubiera entrado nadie allí en años. La sala estaba vacía, había papeles esparcidos por el suelo; encendí la luz para ver mejor, y en ese preciso instante oí que alguien echaba a correr por el pasillo de atrás, me apresuré a seguirlo pero no pude.
Nunca más volví a ver a mi jefe, al cabo de un tiempo derrumbaron el edificio y lo convirtieron en un colegio.
Carmen
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