Uf, menos mal. Ya es de día. Qué poco me gusta la noche. Es un momento silencioso, en el que nadie habla. Es siniestro: un mundo enmudecido, por el sueño, según me habían explicado mis padres. Vi a mi madre, y le dije hola… o eso pensaba.
¿Por qué no podía hablar? Mi madre me miró, agachó la cabeza, y siguió. Lo mismo pasó con mis hermanos. ¿Qué había pasado? ¿Por qué nadie podía hablar? Lo peor de todo fue cuando quise coger un cuaderno, porque quería que ellos me lo explicaran, pero mi mano no cogía el bolígrafo: no quería hacerme caso. No podía hablar, mi mano no respondía a mis impulsos de escribir algo. No lo entendía, pero yo tampoco podía comunicarme. Nos habían desaparecido las palabras. Se qué decir, lo que quiero gritar, susurrar, responder, replicar, pero no puedo.
Quiero expresarme, quiero decirle a todo el mundo lo que siento, lo que odio. Abro la boca, pero no salen palabras, solo un leve gruñido. Es lo máximo que mi garganta podría ofrecerme. Y se lo agradezco. Es lo único que me hace no volverme loco, pensar que pude hablar, expresarme, contar mis historias, mis desdichas…
Pero los oídos si captan ruidos: coches, pájaros, el crujir de las hojas, el susurrar del viento… pero ninguna palabra. Veía a mis amigos, pero les pasaba cómo a mí. No sabían por qué, pero no podían hablar, y no estaban acostumbrados. Era siniestro: un mundo enmudecido por… ¿quién me lo explicaría ésta vez?
Yo, la verdad, es que dudo que la historia del país, de la Tierra, de la galaxia, del universo pueda resistir a la no habla. Pero, en el fondo, sólo es un punto de vista, un punto de vista que jamás podré volver a expresar.
Pero, ¿quién sabe? Quizás la raza humana salga de esto: los delfines ya lo han pasado.
¿Por qué no podía hablar? Mi madre me miró, agachó la cabeza, y siguió. Lo mismo pasó con mis hermanos. ¿Qué había pasado? ¿Por qué nadie podía hablar? Lo peor de todo fue cuando quise coger un cuaderno, porque quería que ellos me lo explicaran, pero mi mano no cogía el bolígrafo: no quería hacerme caso. No podía hablar, mi mano no respondía a mis impulsos de escribir algo. No lo entendía, pero yo tampoco podía comunicarme. Nos habían desaparecido las palabras. Se qué decir, lo que quiero gritar, susurrar, responder, replicar, pero no puedo.
Quiero expresarme, quiero decirle a todo el mundo lo que siento, lo que odio. Abro la boca, pero no salen palabras, solo un leve gruñido. Es lo máximo que mi garganta podría ofrecerme. Y se lo agradezco. Es lo único que me hace no volverme loco, pensar que pude hablar, expresarme, contar mis historias, mis desdichas…
Pero los oídos si captan ruidos: coches, pájaros, el crujir de las hojas, el susurrar del viento… pero ninguna palabra. Veía a mis amigos, pero les pasaba cómo a mí. No sabían por qué, pero no podían hablar, y no estaban acostumbrados. Era siniestro: un mundo enmudecido por… ¿quién me lo explicaría ésta vez?
Yo, la verdad, es que dudo que la historia del país, de la Tierra, de la galaxia, del universo pueda resistir a la no habla. Pero, en el fondo, sólo es un punto de vista, un punto de vista que jamás podré volver a expresar.
Pero, ¿quién sabe? Quizás la raza humana salga de esto: los delfines ya lo han pasado.
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