Como todos los días, iba paseando por la calle. Un domingo, soleado, con una temperatura suficiente para ir en manga corta pero excesiva para llevar una chaqueta. ¡Ah! ¡Cómo me gusta la primavera! Los pájaros cantaban, los árboles estaban siempre verdes…pero, ¿qué hacía ese hombre ahí?
Un mendigo estaba pidiendo en la calle, con un cartel que ponía: “Mi muger es paralitica, y no puedo darnos comida a ninguno los dos”.
Hasta en el cartel se veía su pobreza (nadie que supiera un nivel mínimo de escritura escribiría eso) así que me acerqué a mirar. No me hizo falta nada más que su mirada. Ahí pude ver todo lo que le había pasado a ese hombre: su mujer, él y sus dos hijos eran felices, dentro de la pobreza, hasta que les llegó una orden de desahucio. Ellos quisieron oponerse, pero no pudieron, porque derrumbaron la casa, dándole un golpe a su mujer en la espina dorsal. Después de esto, fueron a reclamar al juzgado, donde lo único que consiguieron fue que se llevaran a sus hijos, porque no tenían hogar.
Ese era él, y me senté a su lado a pedir: Francisco, mi antiguo vecino, se merecía lo mejor.
Un mendigo estaba pidiendo en la calle, con un cartel que ponía: “Mi muger es paralitica, y no puedo darnos comida a ninguno los dos”.
Hasta en el cartel se veía su pobreza (nadie que supiera un nivel mínimo de escritura escribiría eso) así que me acerqué a mirar. No me hizo falta nada más que su mirada. Ahí pude ver todo lo que le había pasado a ese hombre: su mujer, él y sus dos hijos eran felices, dentro de la pobreza, hasta que les llegó una orden de desahucio. Ellos quisieron oponerse, pero no pudieron, porque derrumbaron la casa, dándole un golpe a su mujer en la espina dorsal. Después de esto, fueron a reclamar al juzgado, donde lo único que consiguieron fue que se llevaran a sus hijos, porque no tenían hogar.
Ese era él, y me senté a su lado a pedir: Francisco, mi antiguo vecino, se merecía lo mejor.
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